EL
SECRETO
DE LAS
LLORONAS
Miguel Angel Conejo de Pedro
A Paula, por cambiarnos la vida y hacernos volver a ser niños igual que tú.
A María por estar ahí, cuando había caminos más fáciles.
A Manolita y Carlos, por hacerme sentir que nunca pasaba nada, incluso cuando la
tragedia nos golpeó, prematuramente.
A Efraín Conejo, pues aun siendo muy pequeño cuando nos faltaste, los recuerdos son
grandes, para mi y todos los que te conocieron.
A todos los Luelminos, por darme un pueblo en el cual, disfrutar de una infancia rural,
de libertad y contacto con la naturaleza.
©MAC, Obra original, perteneciente al autor, Se prohibe toda reproducción y
comercialización de la misma, sin autorización expresa del mismo.
Prólogo
La novela que vais a leer, es simplemente eso una novela de ficción, aun teniendo
reminiscencias históricas para situar la trama.
Para los personajes se han utilizado nombres reales de vecinos de Luelmo,
pretendiendo que sea un homenaje a todos ellos, como veréis, según se avance en la
trama muchos de ellos estarán fuera de su época, pero como he dicho antes se trata
de simple ficción, y situar a Luelmo en una historia que quizás se quede corta respecto
a la realidad.
¿Cómo?, ¿de dónde? y ¿Por qué surgió Luelmo?, cómo un pueblo
eminentemente agrícola, perdido en un cruce de caminos, llegó a tener una de las
fuentes (fuente Concejo) más elaboradas de la provincia, ¿es simplemente una
fuente?, ¿para qué tanto trabajo, si con un cigüeñal era suficiente?.
¿Que otra finalidad tenía la ermita de San Gregorio, estando tan alejada del
núcleo de población, y por qué se construyó en el emplazamiento más alto del término
municipal?
Dejo al lector estas dudas que se plantearon al comenzar las investigaciones para
escribir esta novela.
Capítulo I
Corren tiempos de incertidumbre en España. Nos encontramos inmersos en la
Guerra de Sucesión Austriaca, Fernando VI (el Prudente o el Justo) accede al trono en
1746, dos años más tarde la guerra termina sin ningún beneficio para España. El
Marqués de la Ensenada y José de Carbajal y Lancaster mantienen una pugna, por el
poder…………..
Mi nombre es Miguel de Altarriba, soy uno de los enviados para la realización del
Catastro, nuestra misión comenzó, en el año de nuestro señor de 1749, viajo por los
caminos, con mi zurrón lleno de legajos, plumas y utensilios para realizar mi trabajo,
entre todos estos utensilios, en el bolsillo interior de mi zurrón llevo cartas con los
emblemas de la Secretaría General de la Marina y el sello del mismísimo Rey, estas
cartas, las debo entregar nada más llegar, al Corregidor y al Capitán General de la
ciudad, antes de proseguir con mi camino.
Hoy es primero del mes de diciembre de 1751. Estoy entrando en la ciudad de
Zamora, el frío y la nieve me cala los huesos, voy hacia el parque de la Marina
Española, al fin de entregar las cartas encomendadas. Al pasar por la Ronda la Feria mi
caballo, con más experiencia que yo mismo, decide parar ante un gran cartel de
madera en el cual se puede mal leer “Venta la Feria”, dadas las horas, el cansancio y el
hambre, decido hacer caso al buen juicio equino, y posponer para mañana todas las
tareas. Al entrar en la Venta, todos mis órganos se contraen y expanden a causa del
calor reinante, tengo que agarrarme a la pobre hija del posadero, ante la sensación de
dar con mis huesos en el suelo.
La pobre muchacha, soltó un grito de pánico, al sentir que alguien embozado, le
agarraba por la espalda, y el posadero no vaciló en echar mano a la garrota dispuesto a
partirme la cabeza, tomándome por un bandido en busca de botín. Gracias a la
intervención de la muchacha, no terminé descalabrado. Pasado el primer momento de
la curiosa presentación, el posadero, Antonio Garrote para más señas, con gran
reticencia por su parte, tuvo a bien facilitarme habitación para pasar la noche. La sopa
de ajo con huevo y jamón, y el bacalao en fritada de pimientos que me sirvió la
muchacha, no tendrían comparación divina, si no fuese por la belleza de ésta, Angélica
se llamaba la chica, pasaría la veintena y curiosamente no estaba casada aun, con lo
cual conservaba, la apariencia juvenil a pesar de su edad.
Ya en mi habitación y teniendo dificultad para concebir el sueño, me dio por
pensar en las misteriosas cartas, que había estado repartiendo por las distintas
poblaciones, estas eran las 2 últimas. Sin poder quitarme de la cabeza, el saber, qué
tipo de noticias había estado siendo portador, y dada mi experiencia en sobres, cartas,
papeles……, no tendría gran dificultad en abrir el sobre sin romper el sello real y cerrar
de nuevo dichas misivas.
Al leer dichas cartas, los ricos manjares que Angélica me había servido con su
particular esmero afloraron de golpe por mi garganta, teniendo la necesidad de salir de
mi interior, cosa que me costó contener.
La carta que poseía en mis manos decía lo siguiente:
“Yo, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, con la
autorización de su Majestad el Rey de España, Fernando VI. Ordeno Recogimiento
General de gitanos y todo género de gentes Baldías, el Capitán General, tanto en la
capital, como en todos los pueblos pertenecientes a la misma, sincronizará, secreta y
simultáneamente dicho recogimiento.
Los hombres mayores de 7 años, serán enviados a los arsenales de la marina en
Ferrol. Las mujeres y los niños serán enviados a las fábricas de Zaragoza.
El traslado será inmediato, y no se detendrán hasta llegar a destino, quedando
los enfermos bajo vigilancia militar mientras se recuperan. Todos los bienes serán
confiscados y se usarán para pagar los gastos de traslado.
El día elegido para tal acción en la provincia de Zamora será el 31 de Diciembre
de 1751”
Firmado por el poder que el rey me otorga
Zenón de Somodevilla y Bengoechea,
marqués de la Ensenada
Madrid, 1 de Agosto de 1749.
Yo Miguel de Altarriba hombre de paz y de letras, llevo años repartiendo dolor y
muerte por todo el territorio Español, ahora que salieron todas la viandas por mi
boca, la comidas esta noche y las comidas en el seno de mi madre. Esta noche fue la
primera de muchas otras que no pude pegar ojo.
A la mañana siguiente procedí a llevar, las susodichas cartas a la Capitanía
General, y a regresar de nuevo a la Venta, pues mi cuerpo y mente no me permitía,
acudir al ayuntamiento de la villa.
Al abrir los ojos vi, unos ojos verdes, unos cabellos negros azabache y una tez
morena dorada por el sol, cosa imposible ya que estamos en diciembre en la fría
estepa castellana, ¿estaría soñando?, no, era Angélica la hija del posadero, que ante mi
falta de noticias a la hora de comer, había entrado en mi cuarto, a instancias de su
padre, con el miedo de que otro cliente se la hubiese escapado sin pagar.
Bajé a comer un delicioso puchero de patatas con carne, y unas sardinas de
escabeche, dignas de lo más selecto de la corte. Encandilado por la muchacha y ante la
poca afluencia de paisanos debido al frio, Antonio y Angélica, se sentaron a mi mesa,
fue una de las primeras charlas o “pláticas” como dicen por aquí, que mantuvimos los
tres. Antonio, sin estudios pero instruido, era un hombre con el cual se podría estar
hablando horas y horas sin agotar los temas de conversación, dada su afabilidad y que
por la venta pasaban comerciantes y feriantes de toda condición, estaba al cabo de
todo lo que pasaba en la provincia, todo esto hacía más llevaderos mis días de
contabilidad y papeleos con el alcalde, el notario, y el párroco.
En una de las ocasiones, una vez que Angélica ya se había acostado, esos
momentos en los que él y yo apurábamos al calor de la lumbre ese vino recio de estas
tierras, me expresó su temor, por algunos rumores que le habían llegado de
comerciantes del sur.
Don Miguel, me dijo, ¿es verdad que en el sur se está metiendo en la cárcel a los
gitanos?, ¿viene usted a hacer lo mismo aquí?, yo me quede sin palabras, no podía
revelar algo que teóricamente no podía saber. Por un momento, el vino raspó más si
cabe mi garganta. ¿Qué contestar?, ¿conocía suficientemente a aquel hombre como
para confiar en su silencio?, si revelaba algo, la pena para mi sería la horca. Sin darme
lugar a contestar, Antonio comenzó a contarme su historia……………
Capítulo II
Su esposa fallecida de unas fiebres, era gitana, provenía de un pueblo cercano a
Portugal llamado Luelmo, sus antepasados llegaron allí al servicio de Kastbila una
princesa musulmana, hija de Munhammad Ibn Sasmir…………………
Hoy con gran dolor partimos de rdoba, mi señor Munhammad Ibn Sasmir, va a
ser acusado de malversación, le acusaran de llenarse los bolsillos con el dinero y las
joyas de las Arcas Reales, pero eso no sucederá, mi señor es el mando supremo de la
shurta (policía) además de ser el Tesorero del Califa.
El ajetreo en la casa es frenético, en medio de ese ir y venir el silencio es
absoluto, todos corremos recogiendo lo imprescindible y metiéndolo en los carros, no
hay tiempo que perder antes del Subh (oración del alba) debemos partir, después será
imposible abandonar la ciudad, y menos transportando el mayor tesoro de mi señor,
su amadísima hija Kastbila, el destino que correremos es incierto, el lugar que Allah
(Alá) nos tiene guardado, también. Formamos un grupo de unas 50 personas, 30
guerreros fieles únicamente a mi señor, y unos 20 criados y esclavos.
-Danitza, me grita mi señor. - Yo me adelantaré con los hombres y quedas a las
órdenes de Al Abbas, protegeréis con vuestra vida a Kastbila. Saldremos por la puerta
norte de la ciudad, los soldados no os pararán. Nos encontraremos al otro lado del
Al-wadi al-Kabir.
Cuando abandonamos nuestro hogar, por un momento Kastbila y yo, nos
detenemos en el jardín arropado por la noche, escuchando el canto de los grillos
compitiendo con el sonido del surtidor, y aspirando quizás por última vez, el intenso
aroma de los jazmines, podemos aspirar los aromas de los distintos productos que
abarrotan los funduqs (alhóndigas, almacenes), evocaciones que se van desvelando
ante nuestros sentidos. Evocaciones que no lo son solamente de un pasado, sino que
nos llevan a reconocer dentro de nosotras mismas los ecos de una herencia familiar,
que hasta ahora tal vez no percibíamos, pero añoraríamos largo tiempo.
El silencio fue roto, como el trueno rompe en la tormenta. En marcha-. Anuncio
Al Abbas.
Al Abbas, guerrero fiel, el hijo que mi señor no llegó a tener, es un joven fornido,
moreno de ojos azabache, nunca hemos cruzado palabra alguna, cosa normal yo soy
simplemente una criada, dedicada día y noche a mi joven señora, no recuerdo hacer
otra cosa desde niña, cuando nos juntaron a ambas como compañeras de juegos,
Kastbila, tendría un par de años menos que yo, pues nunca supe exactamente cuál era
mi edad, Al Abbas daba órdenes enérgicas a todo el mundo, se notaba que desde niño
su instrucción fue militar, altodos obedecíamos al unísono, con la rapidez y celeridad
que te da, el que tú vida vaya en ello.
Partimos todos en silencio, únicamente se escuchan los cascos de los caballos, el
silencio y el dolor de los que no conocemos nada fuera de las murallas de nuestra
ciudad, no tiene cabida en nuestros partidos corazones, mi señora, no deja de llorar
en ningún momento, dejamos atrás sus amados jardines, sus amigos, sus familiares, las
comodidades de un hogar, para echarnos a los caminos como errantes peregrinos. Con
paso diligente atravesamos el zoco, por el que tantas veces deambulé con mi señora,
mirando sus tiendecillas, y captando sus múltiples olores, su bullicio de gentes y el sol
de la mañana colándose por los toldos de cañas, ahora se tornaba en lúgubres
sombras. Cruzamos el puente de piedra que separa las dos orillas, al otro lado se
encuentra el pequeño ejército de guerreros capitaneados por mi señor,
-Al Abbas, hijo mío Alá sea contigo, ¿algún contratiempo en la partida?
-No, mi señor, los soldados del puente ni siquiera nos miraron al pasar.
Con el mismo silencio, según órdenes de mi señor, nos encaminamos hacia el
norte. Nos uniremos al Azeipha (ejército) de Al-Mansūr (Almanzor), familiar de nuestro
señor. Las jornadas son largas y duras, pues el camino es complicado, después de 30
jornadas avistamos los ejércitos de Al-Mansūr, la distribución de las tiendas en forma
de media luna dejan en el centro una apacible y calmada laguna, junto a la cual, por fin
podremos asearnos y descansar.
Todo lo tenían ya preparado para nuestra llegada, una tienda junto a la de Al-
Mansūr, reservada para mi señor y a poca distancia de esta una majestuosa jaima,
reservada para la señora..
- Al-Mansūr, hermano mío, “as salam aleikun
-“aleikun salam”, Munhammad, “Allah ak ber”, me honra grandemente verte
de nuevo, me dice tu i (heraldo) que quieres unirte a mí, contra los infieles
cristianos del norte, estaré encantado de que nuestros brazos luchen juntos, pero
ahora debes descansar, mañana hablaremos, pues preparamos una gran batalla.
A la mañana siguiente, a mí, guerrero siempre alerta, me despertaron los rezos
del Alfaquí, llamando al Subh, no estaba preparado, ni siquiera estaba centrado en la
dirección correcta a la Meca, sin más me arrodille baje la cabeza y entoné las plegarias,
pidiendo a Allah, que no tuviese en cuenta mi posible afrenta. Casi sin tiempo a
vestirme adecuadamente un criado me indicó que el señor me llamaba a su tienda.
-Me llamabais, mi señor.
- Si, mi apreciado Al Abbas, como ya sabes, nos vamos a unir a los ejércitos de
Al-Mansūr, creo que ya estás preparado para ser uno de mis Nakib (comandante).
Con gran cuidado, sacó una “liwa” y me dijo, -Acepta esta enseña, que me concedieron
en la batalla de Simancas, que tanto dolor y malos recuerdos me causo.
-No dudéis mi señor que, la llevaré sobre mi pecho y recuperaremos lo perdido
en aquella batalla.
-En la siguiente luna, partiremos a la batalla, recuperaremos Azemur (olivar
silvestre, denominación que dieron a Zamora) y el resplandor de nuestro pueblo
resurgirá de nuevo en toda la península.
El a señalado ha llegado, partiremos con las primeras luces del alba, cuando
lleguemos a nuestro destino tendremos luna nueva, los infieles ni nos verán acercar.
Ya estamos a las los pies de la ciudad, apostados a la otra orilla del rio, tenemos
instaladas todas nuestras jaimas, los incautos cristianos se creen muy seguros en su
ciudad, emplazada en una rocosa meseta, al borde del río es una de las plazas fuertes
que aseguran la frontera, rodeada de siete recintos amurallados y grandes fosos
parece inaccesible.
Llevamos 3 días de asedio a la ciudad, mientras nuestras fuerzas azotan la ciudad
por el lado Sur, mi señor Munhammad, me encomienda la misión de atacar el lado
norte, según un “Aladide” existe un pequeño postigo, el cual está cegado por la maleza
y por donde un pequeño grupo de hombres podría acceder a la fortaleza, únicamente
acompañado de un “nadir” y su grupo de hombres, nos encaminamos a nuestro
destino, esperando que Allah nos guie en la victoria, entre tanto el ataque con
catapultas y fuego griego, no deja descansar a las fuerzas que protegen la ciudad, el fin
está cerca.
Nadie se percata de un grupo tan reducido de hombres, como bien nos indicó el
espía, dicho postigo consistía en una pequeña portezuela de madera, para acceder a
ella hay que subir una empinada rampa a pie, una vez allí accedemos al interior del
recinto, nuestras ropas cristianas nos hacen pasar desapercibidos entre la vorágine de
gente corriendo, el fuego se expande por toda la ciudad, estamos en la parte alta del
recinto, debemos llegar a la puerta que da acceso al puente romano, para que nuestra
caballería tenga vía libre.
Una vez franqueada la entrada, los terribles escuadrones, de una velocidad sin
igual, que en un momento cargaron en masa, se dividían en trozos, se esparcían y
reunían, huían y volvían en orden, los caballeros, cuya voz, cuyo gesto, cuyo
pensamiento, por decirlo, así, era entendido por sus corceles, que levantaban del
suelo a galope tendido su lanza o cimitarra, era la fuerza principal de los moros. La
brillante caballería mahometana y sus caballos númidas y árabes eran los mejores que
existían por su docilidad e inteligencia, la victoria está cerca.
Después de 4 días de asedio la ciudad cae, nuestro triunfo es total, pero nuestras
pérdidas numerosas. Nuestro Dái, me informa - Al Abbas, nuestro señor Munhammad,
os llama con urgencia a su tienda, no debéis perder tiempo.
Si demorar la llamada, tomo el primer caballo que encuentro en mi camino y
parto al galope a través del puente hacia el otro lado del rio, donde se encuentra la
jaima, el caballo cristiano que monto es lento y pesado, nada que comparar con mi
brioso corcel, la montura es tosca e incómoda, la distancia se hace interminable.
Al llegar en la entrada me encuentro a la bella gitana Danitza, inseparable criada
de Kastbila, aunque nunca hemos cruzado palabra, sus ojos verdes en otras ocasiones
alegres y de expresión tranquila, reflejan dolor, las lágrimas no paran de aflorar, con mi
llegada baja la cabeza y retira la cortina que franquea la entrada.
Junto a un lecho franqueado por 4 hombres, se encontraba Kastbila, arrodillada
sobre el regazo de mi señor, su impecable doliman de mangas angostas, aun cubierto
por la cota de malla, se tornaba de color rojo, haciendo aun más vivos los colores de
éste, una traicionera flecha cristiana había atravesado su costado izquierdo.
-Abandonad todos la estancia, quiero hablar con mis hijos, -yo presto di ordenes
a los hombres y encabecé la partida fuera de la tienda. - ¡NO!, Al Abbas, siempre
fuiste hijo mío. En ese mismo instante, mi rodilla se clavó en las alfombras que cubrían
el suelo, y mi cabeza se posó en la mano de mi señor.
-Hijos míos, dijo él posando sus manos en las nuestras, debéis proteger y poner a
salvo nuestro tesoro. Yo me adelanté a decir, no temáis, Kastbila no correrá ningún
peligro.
-No me refiero a eso,-“Encontrándose el ejército cerca de Simancas (año 939),
hubo un espantoso eclipse de sol, que en medio del día cubrió la tierra de una
amarillez oscura y llenó de terror a los nuestros y a los infieles, que tampoco habían
visto en su vida cosa semejante.
Dos días pasaron sin que unos y otros hiciésemos movimiento alguno. El combate
duró algunas jornadas, decidiéndose del lado de los cristianos que hicieron huir a
nuestras tropas que no pudieron tomar la fortaleza de Simancas....y en la retirada el
enemigo nos empujó hacia un profundo barranco, del que muchos no pudieron
escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento, el califa, que se
vio forzado a entrar allí con ellos, consiguió pasar con sus soldados, abandonando su
real y su contenido, del que nunca se apoderó el enemigo...siempre hemos sido
portadores de dicho tesoro, entre las pertenencias, hay un “safat” de madera forrado
de piel y con herrajes de latón, el contenido debéis protegerlo y trasladarlo a lugar
seguro, nadie debe saber que lo portamos, ni siquiera nuestro benefactor Al-Mansūr,
pues vuestra vida corre peligro.”
A la mañana siguiente nuestro señor descasaba en los cielos ya que
honrosamente había muerto en la batalla, Los preparativos del entierro debían
comenzar, todo debería estar listo en una jornada (24 horas, según el rito musulman).
La ira y la furia se desataron en Al-Mansūr, el Victorioso, al conocer la noticia de
que su hermano de sangre Munhammad, había sido muerto en batalla, y decidió
arrasar la ciudad Azemur (año 981), -Nosotros debemos partir lo antes posible, nuestro
destino nadie lo debe conocer.
Capítulo III
Embozados cual asaltadores de caminos, partimos Angélica y yo, destino a
Luelmo de Sayago, yo a lomos de mi fiel Lucero y Angélica en una dócil mula torda, que
en su infancia fue negra como el carbón.
Salimos por la Ronda la Feria hacia abajo en dirección a la monumental iglesia de
San Pedro y San Ildefonso, tomaremos dirección al puente de piedra, cruzaremos el río
y una vez al otro lado seguiremos el camino de Fermoselle. Cruzamos el pueblo de
Pereruela, entramos dejando su pequeño cementerio a la derecha, no se ve un alma,
las únicas señales de vida son el humo de los hornos de los alfareros, dedicados a su
labor de cocer ladrillos y los famosos botijos y cántaras que tantas veces nos quitaron
el calor, ¡ay el calor!, dónde quedarán esos as de plácida siesta bajo las encinas, hoy
con nuestros cuerpos congelados.
Antes de que se nos eche la noche encima, debemos llegar a la venta de Bárate,
aquí descansaremos y nuestras monturas podrán repostar fuerzas para continuar
nuestro camino.
Para no levantar sospechas a partir de ahora, Angélica y yo pasaremos a estar
casados, pues de otro modo resultaría extraña nuestra pareja, la opción del señor y la
criada, no era muy verosímil dadas nuestras edades y de ese modo daríamos aun más
habladurías.
-¡Buenas tardes posadera!
- JAJAJAJA - una risotada frescachona salió tras una cortina, acto seguido apareció
el cuerpo frondoso de una mujer entrada en años y carnes.
-Gracias forasteros, pero simplemente soy una ventera, dejaros esas alcurnias
para los finolis de la capital JAJAJAJA.
- ¿Tenéis alojamiento, para nosotros y nuestras monturas?
-Por supuesto, almas de Dios, a nadie en su sano juicio se le ocurre viajar en este
tiempo, a no ser en vísperas de feria. Las caballerías las podéis dejar al otro lado del
camino, allí encontraréis al rapaz, seguramente ande cazando gatos.
Crucé el camino, y en unas portaladas hallé a un muchacho rubio, casi pelirrojo,
con más pecas que un cocido de lentejas, Rafaelín se llamaba el chico. Sin casi
mirarme, me dijo que dejase allí las caballerías que ya se encargaba él, todo ello en
susurros y sin dejar de apuntar con su tirachinas al horizonte. Al abandonar las
portaladas se escuchó, ZASSS y un maullido descomunal a mis espaldas.
-¡Maldito demonio! - gritó el chaval.
En esto, un gato negro se zafó entre mis piernas, el cual me hizo caer de bruces
sobre un tremendo charco. Mojado, hambriento y congelado, retorné de nuevo a la
venta.
-¡Dios Santo! - gritó la ventera - ¿tanto diluvia?, pase y cámbiese de ropa junto a
la lumbre.
-Gracias buena señora, yo me llamo Miguel de Altarriba y mi esposa Angélica
Garrote.
-JAJAJA, Señora dice el forastero, yo soy Teresa Mantecas, Teruca me llaman los
paisanos. Seguramente deseéis cenar algo caliente.
Sin tiempo a contestar, pues vería las expresiones de nuestros rostros, Teruca, ya
estaba preparando unos platos y unos cubiertos en una mesa junto a la chimenea.
-¡Ala hijos!, alubias con rico conejo - se apresuró a decir - y para beber rico vino
caliente con azúcar.
-Gracias - respondimos al unísono.
Prácticamente eran las primeras palabras que escuchaba a la pobre Angélica
desde que partimos de Zamora. La pobre muchacha por primera vez abandonaba el
hogar paterno, viajaba como una desterrada, con un desconocido, sus impresionantes
ojos verdes se tornaban taciturnos y oscuros.
Yo le tomé la mano y le susurre pausadamente:
-No dejaré que te ocurra nada, todo irá bien y pronto podremos regresar a casa.
Sus labios, esbozaron una triste sonrisa de agradecimiento, y cada uno tornamos
la mirada a nuestros platos. Las alubias, para mi gusto, abusaban del aderezo y los
tiernos años del conejo, tal vez quedaron un poco atrás, pero ante una comida caliente
¿Quién se va a resistir?
-¿Qué, rico el conejo? - pregunto Rafaelín, con una mueca burlona. La madre lo
cocina muy bien, es el mejor de la comarca.
-¡Quita rapaz, no molestes a los señores! - apartó Teruca de un mamporro al
muchacho.
-¿Quieren ustedes repetir?, el pote está lleno.
-No gracias - respondimos.
-Pues tomen unas ricas peras en almíbar, de mi propia cosecha.
Con nuestros cuerpos calientes y entonados, nos dispusimos a ir a la cama.
Previamente, la buena de Teruca nos proporcionó un calienta-camas, cargado de
ascuas recién sacadas de la lumbre.
Con gran reparo y pudor Angélica tomó el lado diestro de la cama, yo sin ni
siquiera mirarle a los ojos, hice lo propio con el siniestro. Ambos únicamente nos
quitamos el calzado y las gruesas ropas superiores, la situación no animaba a lo
contrario, ya que aun habiendo pasado el pequeño brasero por toda la cama, la fría
humedad que salía del colchón no tardó en llegar a nuestros cuerpos. El peso de las
mantas de lana cardada nos oprimía cual prensa de almazara, pero el cansancio de la
jornada pudo más que todo.
El tímido y ronco canto de un gallo llegó a nosotros junto con el ruido de cazuelas
y pucheros que Teruca estaba organizando en la cocina.
Al bajar desde el sobrao, por la escalera de madera el ruido de nuestras pisadas
alertó a Teruca, que no tardó en asomar la cabeza tras la cortina.
-Buenos as señores ya tienen preparado el desayuno, rico tocino asado y pan
frito en manteca con azúcar, algo contundente para emprender el camino, ¿por cierto
dónde se dirigen?
-Estamos realizando el catastro y nos dirigimos al Realengo de Luelmo.
-¿Luelmo? - Dijo Teruca - Pues no dejen ustedes de visitar a mi primo Santiago
Coscarón, es el tabernero del lugar, su liebre con patatas es famosa en la comarca.
-No dudéis que así lo haremos nada más llegar.
El buen Rafaelín ya tenía preparadas nuestras monturas. Nos despedimos del
agradable muchacho y le dimos 1/6 de real de propina, lo cual celebró con tales saltos
de alegría, que más parecía haber encontrado el mismísimo tesoro de Arrabalde, el
cual durante años busqué cerca de Arcillera, localidad zamorana perteneciente al
partido judicial de Alcañices, pero eso es otra historia.
A nuestra partida, un fino chirimiri empezó a caer. Al coronar el alto del camino
una ventisca no nos permitía ver más allá de las orejas de nuestras monturas. Los
copos de nieve por momentos empezaron a ser más copiosos y en menos de quince
minutos la nieve cubría los cascos de las caballerías, poco más tarde las pobres bestias
no querían avanzar más, la nieve ya les llegaba a las rodillas y cada paso se hacía
penoso, ante el temor de dar con nuestros huesos en el suelo decidimos echar pie a
tierra.
Habíamos avanzado poco más de una “legua”, pudimos divisar una pequeña casa
de una planta al lado del camino, suponiendo que siguiésemos el camino ya que del
todo seguros no podíamos estar.
-¡Dios nos guarde! ¿Se puede pasar? - grité por la pequeña rendija abierta en el
postigo de la entrada.
-Pasen buenas gentes, ¿qué hacen a la intemperie con este temporal?
-Venimos de Zamora y nos dirigimos a Luelmo, hemos pasado la noche en la
venta de Bárate, pero hace apenas media legua”, hemos dejado de saber por dónde
íbamos. No sabemos si vamos en la dirección correcta ni dónde estamos.
-No se apuren forasteros - contestó la anciana - se encuentran ustedes en la
venta de Sogo, un poco desviaron ustedes el camino, pero gracias al cielo llegaron
aquí, pues con este temporal difícilmente llegarían a Fadón.
-¿Podemos pasar aquí la noche?
-Por supuesto hombres de Dios, mi marido y yo les alojaremos hasta que este
tiempo de los demonios cambie, mi Julián, está echando cama a las cabras, los pobres
animales no quieren salir ni a beber agua.
A la mañana siguiente, un sol resplandeciente entraba por los cuarterones. Sin
perder un minuto decidimos reemprender la marcha, pues el día 7 de este mes
debíamos estar sin falta en Luelmo, allí me estarían esperando las distintas
personalidades.
A una “media legua” pasamos Fadón y aquí por indicación de un pastor seguimos
dirección a Gáname ya que de ese modo ahorraríamos distancia, respecto a mi
primera intención de dirigirnos a Bermillo a visitar a mi compañero Pascual, a causa del
temporal ya me había demorado bastante.
El radiante Sol nos hacía el camino, podríamos decir, que casi agradable, los
caminos estaban duros como rocas ya que las heladas permanentes no dejaban salir el
agua acumulada en la tierra.
Decidimos no parar en Gáname y continuar camino a Fresnadillo, allí pararíamos
a comer pues mi intención era llegar a Luelmo al anochecer.
Subiendo una pequeña loma, entre las tenues luces del atardecer vemos las casas
de Luelmo, sus chimeneas humeantes, la espiga de su iglesia se alza cual dedo índice
indicando la presencia del pueblo, reclamando su sitio en estas tierras. El otro lado de
la loma que más tarde sabría que se llamaba Cerro el Jeijo resultó bastante más
empinado y más incómodo ya que discurríamos entre espinos y carrasqueras. Pasando
un pequeño bosque de robles llegamos a un crucero.
En su pedestal está sentado un harapiento hombre, al acercarnos levanta su
mirada.
- Dios guarde vuestro camino forasteros, una limosna para este pobre de
solemnidad, tengo un hijo al cual alimentar.
-¿Cómo os llamáis y de dónde sois buen hombre le pregunté.
- Mi nombre es José, vivo en Luelmo con mi esposa y mi hijo, el ojo y el brazo los
perdí sirviendo a nuestro país, en la guerra de Flandes, una limosna para este mutilado
en defensa de nuestra patria.
- Os daré medio real si nos acompañáis a la posada de Santiago Coscarón, por
mutilado ya veremos cuando más adelante me contéis vuestra historia en Flandes,
José.
Por esta historia poco le daría, a no ser por mentiroso, pues dicha guerra terminó
en 1648 y este hombre en esa época ni había nacido.
-Eso está hecho, y todo el mundo me conoce como Pepe “el tuerto”.
Pepe, en el corto trayecto nos fue relatando el recorrido, que a nuestra izquierda
quedaba “Cerro el Santo” el lugar más alto de la localidad, y que ahora estábamos
atravesando el barrio de Galeras, el situado en la parte más baja del pueblo y muy
húmedo, ya que se encuentra entre dos regatos y en invierno se formaban unos
barrizales que no había quien caminase.
Subiendo una pequeña cuesta, accedímos a la plaza del pueblo y allí pudímos
encontrar una casa de tres plantas, totalmente encalada de blanco excepto las piedras
de las esquinas. Atamos las monturas en unas argollas que había en la fachada que da
a la iglesia y entramos tras de Pepe por el postigo de la Posada.
-SANTIAGO, -gritó Pepe, antes de entrar, - aqte traigo clientela, bien me he
ganado un pito y un chato.
-Buenas noches, ya no esperaba a nadie, estaba a punto de cerrar- nos dijo
secamente un hombre enjuto de pelo canoso.
Acto seguido, apareció tras de una cortina, una mujer mayor con un pañuelo
negro en la cabeza, amablemente nos atendió diciendo:
-No hagan caso a mi hijo Santiago, tiene unos repentes, pero no se apuren
tenemos alojamiento y algo de cena caliente en el pote.
Nos mandó pasar a una habitación que había a la derecha, en la cual había media
docena de mesas de madera, y en medio una estufa de leña, cuya chimenea salía al
exterior, mediante un agujero hecho en el cristal de la ventana. Tres de dichas mesas
se encontraban ocupadas por hombres jugando a la subasta, juego de cartas al cual
hay mucha afición por estas tierras.
La buena mujer nos trajo dos platos y en medio de la mesa puso una fuente de
porcelana con patatas y carne, también trajo un plato con variadas viandas de
matanza, chorizo, tocino, morcilla……..
Una vez terminada la suculenta cena, preguntamos por las habitaciones, Santiago
que se encontraba tras de un mostrador de madera, nos acompañó al piso superior.
Subimos por una estrecha escalera de madera y nos acomodó en una habitación que
había justo encima de donde habíamos cenado, los gritos de los paisanos se
escuchaban igual que si estuviesen jugando en nuestra misma habitación.
-Dice mi madre que esta es la estancia más caliente de la Posada.- Nos comentó
Santiago, parecía hombre de pocas palabras.
-Muchísimas gracias, con este tiempo todo el calor es poco.
-¿Van a desayunar mañana?
-Nos vamos a quedar varios días, si es posible, tengo asuntos que atender aquí.
- Bien, no hay problema, en este tiempo tenemos poca clientela.
La tensión, llenó de nuevo la habitación, pues la pobre Angélica sufría cada vez
que nos enfrentábamos al hecho de compartir el lecho. Ella nunca decía nada pero la
expresión de sus ojos albergaba una mezcla de vergüenza, pudor y miedo que no me
podía dejar indiferente.
-No te preocupes Angélica - le dije - mañana después de mi reunión con las
personalidades, buscaremos una casa para alquilar, allí estaremos más cómodos.
Un simple - gracias Miguel - salió de sus labios.
A la mañana siguiente, después del desayuno, me dirial ayuntamiento, que se
encontraba al otro lado de la plaza, a la puerta de la posada ya se encontraba Pepe.
-¿Don Miguel, necesita algo?, no hay nadie que conozca el pueblo mejor que yo.
-Voy al ayuntamiento.
-Yo os acompaño.
Cruzamos la plaza, pasamos bajo un gran álamo negro, más comúnmente
conocido como negrillo, en esta época se encontraba pelado de hojas, pero por la
dimensión de sus ramas, seguramente proporcionaría grandes tardes de sombra.
Unos metros más adelante, nos encontramos a varios hombres herrando bueyes,
en una estructura de postes de piedra y madera, típico de estas tierras.
-Buenas tardes, Paco y compañía - dijo Pepe alzando la mano, de la cual se
suponía que era manco, ya empezaba a dudar hasta de que fuese tuerto, a no ser
porque esto era evidente. Nos acercamos al grupo de hombres, que en ese momento
estaban echando un trago de una bota y Pepe se apresuró a decir.
-Este es Don Miguel, un escribiente de la capital, viene a ver al Señor Juez y al
señor Cura,…. Tienen concejo en el ayuntamiento.
-Ya, ya. Ya los vimos pasar todos peripuestos, ni se pararon a saludar.
Pepe y yo proseguimos nuestro camino, pues no era cuestión de hacer esperar a
las personalidades.
-Buenos días, Señores mi nombre es Miguel de Altarriba y desearía hacerles una
serie de preguntas con el fin de elaborar lo más exactamente el registro de los bienes
de este Realengo de Luelmo de Sayago.
Procedamos a empezar.
“En el lugar de Luelmo a 7 días del mes de Diciembre de 1751, ante el Señor Juez
Manuel Bailador, Alonso Vega, Alcalde, Miguel Coscaron y Alonso Pascual, peritos
nombrados por dicho señor Juez, con asistencia de Don Juan Manuel Rodriguez, Cura
párroco de este lugar, habiendo tomado juramento sagrado…………”
En esto pasamos la mañana, hasta la hora de la comida, emplazando la reunión
para el día siguiente en el mismo lugar.
Al salir, en la puerta, de nuevo se encontraba Pepe.
-Le pregunté que si no tenía nada que hacer y mirándome fijamente con el ojo
que le quedaba, me contestó:
-Soy el pobre, este es mi oficio, somos dos en el pueblo, y no se vive mal. En
verano hago alguna faena como “criao” en la siega o en el pastoreo, voy a las ferias de
los distintos pueblos y pido por las iglesias en las romerías.
- Después de comer, me interesaría encontrar alguna casa en renta, ¿me podrías
ayudar?
-Faltaría más, en el pueblo hay 108 vecinos, 16 viudas, 10 solteros y 13 menores,
hay 130 casas habitadas, 20 casas cerradas, porque no hay quien las arriende, de éstas
si me dejáis escoger a mí, me quedo con la del italiano, en las Portillas de Abajo.
- De acuerdo Pepe, en cuanto comamos nos vemos aquí.
-No dudéis que aquí estaré.
Al entrar en la posada, me encontré a Angélica hablado distendidamente con una
joven del lugar, Ángeles Blanco se llamaba, era divertida y dicharachera y parece ser
que al pasar por la plaza y ver a Angélica sentada junto al crucero, le invitó a
acompañarla a la huerta que sus padres tenían cerca del cementerio.
La amable muchacha, se despidió de nosotros y pasamos al comedor, ocupamos
la misma mesa del día anterior, ya que únicamente había ocupada una de las
restantes.
Al momento apareció la amable anciana y nos trajo una fuente de sopa y
garbanzos al estilo sayagués (garbanzos, chorizo, tocino, pimentón y cebolla, todo ello
aderezado con aceite y vinagre).
Durante la comida Angélica me relató su paseo con Ángeles.
-Hemos estado intentando plantar ajos, en la pequeña huerta, tarea casi
imposible pues casi no hemos podido ni clavar el azadón.
-Interesante tarea - le respondí.
-No te rías de mi, Miguel, en Zamora casi no salía de la Venta y tampoco tenía
muchas amigas, siempre era… la gitana.
Luego prosiguió:
-Ángeles me llevó á la ermita de Santa Catalina, una pequeña capilla anexa al
cementerio.
Abriendo todo lo que podía sus grandes ojos verdes y bajando la voz, me dijo:
-Algo ha recorrido mi interior al ver en los extremos del cementerio dos imágenes
de piedra de unas plañideras llorando, me recordaron de repente a mi madre, por las
noches al acostarme me contaba una historia, pero no soy capaz de recordar.
-No te preocupes Angélica, todo llegará.
Antes de terminar la comida, apareció Pepe por la puerta demandando un
chatico de orujo, cosa que no le podía negar dada su condición de guía fiel.
Salimos de la taberna y tiramos calle abajo, según Pepe íbamos camino de
Monumenta, pequeña aldea dependiente de Luelmo.
A medio camino, tras una curva, apareció una casilla de piedra, Pepe nos indicó
que nos acercásemos, que era el orgullo de Luelmo después de su iglesia “La Fuente
Concejo”
Angélica se quedó quieta mirando y exclamó:
-Las lloronas estaban aquí……….
Fin del capítulo 3