La matanza  2ª parte

 

           Como ya he comentado, la matanza era una auténtica fiesta familiar, hoy prácticamente  desaparecida. En principio, a los chavales nos eximían de ir a la escuela. Comeríamos  carne fresca, que al menos por un día, nos haría olvidar el típico cocido. Hoy, hay menos chavales, las familias son mas cortas, y a veces hasta algunos vecinos se encuentran con dificultades para encontrar quién les “eche una mano” a la hora de sacrificar el cerdo. Se invitaba a cenar a la familia y al pastor o a alguno de sus hijos, ya que era costumbre entre los “aparceros ”(persona que tenía un “detajo” de ovejas y eran cuidadas por algún convecino ganadero), que  el pastor compartiera con ellos ese día. Después de cenar se jugaba a la “brisca”, donde no podía faltara el anís y el coñac.


                      Los chavales disfrutaban en torno a la “lumbre” que sé hacia en la calle,            asaban  el rabo del cerdo, jugaban con la vejiga del animal como si fuera un globo o            hacían una zambomba y preparaban “judiadas”, haciéndose  alumbrar por “gomas de            zapatillas viejas”, que después de quemadas, daban un olor nada agradable. Por            cierto, se decía que las gomas que eran de color rojo, ardían mejor que las negras.


          

      

 La víspera de la matanza, para algunos llamado “día de la cebolla”, hay que preparar todos los utensilios necesarios: “el banco de matar”, afilar los cuchillos, máquina de picar, ”la caldera”, ”baños”, ”artesillas” etc. Hay que “migar las sopas” para las morcillas, ”migar” el pan para los “chichos” y limpiar el “pistorejo”. A propósito son parte del “pistorejo”, las orejas, patas y morro del cebón del año anterior, que cocidos en el pote, forman parte del almuerzo del día. También se cuece el calabazo para las morcillas.

 

  “ A cada cerdo le llega su San Martín”. Llega la hora. Es la parte más trabajosa e ingrata de la matanza: el sacrificio y desangrado del cerdo. Quizás por eso siempre se tomaba una “pinta” de aguardiente antes de entrar en faena.

           El dueño, dentro de la pocilga, sujeta con una cuerda la mandíbula superior  del animal, o clava un gancho por su papada, mientras que el cerdo tira con ansia, el resto de los hombres se agarran con fuerza de rabo y orejas, para conducirlo y subirlo encima del “banco”. Se sujetan sus patas con “un sogo” y una vez inmovilizado, el “matachín” clava el cuchillo en la papada en dirección al corazón. si se alcanza este órgano, el animal muere rápido y no se consigue un correcto desangrado. La sangre sale en abundancia hacia una “caldereta”, que una de las mujeres sostiene dándole vueltas con un cucharón o un “huso” de “ rueca” para que no se cuaje. Antes se apartó parte de la sangre a una cazuela, para que una vez cocida se pueda saborear envuelta con patatas.

 Una vez acabado el sacrificio hay que “chamuscar”. Los manojos de “bálago” una vez encendidos, son usados para quitar las cerdas del animal y en algunas ocasiones se usa también hierba seca. Las pezuñas es la parte que más se ha de calentar, para luego quitarlas de un solo tirón. Una vez “chamuscado”se rasca con un “tejón”(trozo de teja) o un cuchillo y se lava. Hoy en día, las pajas de centeno, se han reemplazado por modernos artilugios, que han hecho perder el encanto del “chamuscado”.

 

 

  Para descuartizar el cerdo, se coloca boca arriba sobre el “banco”, y con dos cortes a lo largo, se saca la “barrigada”. Se ata la “gorja” y “la tripa del culo” para no ensuciar las carnes, a pesar de que la noche anterior el “pobre animal” no cenó. Una  vez sacadas las tripas para “la artesilla” se continúa con la “asadura” (después de cortar la hiel) “espinilla”, costillas, lomos etc, hasta que está totalmente despiezado, dejándolo todo a buen recaudo  para que no lleven  alguna “tajada” los perros o gatos, mientras se degusta un apetitoso almuerzo.

 

     Durante el despiece, hay que coger “la prueba” para el veterinario, aunque casi siempre, cuando este examina las carnes, el sufrido Sayagués ya ha consumido parte del hígado, riñones, etc. También es buena y sana costumbre, repartir entre los vecinos mas allegados, un trozo de hígado, un poco de tocino y alguna “hebra”, de esta manera, se compartía “la prueba” que en futuras matanzas el dueño era igualmente correspondido.

                                                                                     Luis Miguel Conejo

Estad atentos a la tercera y última parte de este interesante trabajo