El herrero

    ¡Mamá, mamá, salen chispas por la chimenea de las fraguas!. Recuerdo decir esto de chaval, cuando por las artesanales chimeneas de piedra de las fraguas salían esas diminutas chispas al atardecer, después de que el herrero hubiera encendido el carbón.

   Esa estampa de Luelmo, se ha perdido. El herrero, y todos sus utensilios, han ido desapareciendo de nuestro vocabulario; pero aún se conservan esas pequeñas edificaciones de aspecto triste y negruzco, y junto a ellas, su inseparable potro. Cuantos recuerdos y añoranzas no evocaron a nuestros mayores, una parte por el trabajo de labrar las rejas, y por otra, por ser las fraguas un centro de tertulia de los hombres del pueblo y como alguien comentó con acierto, junto con la solana y el serano, formaban las tres universidades de los Sayagueses.

 

El herrero, no tenía ayudante alguno, era el mismo labrador, cuando le tocaba su turno, a veces con el torso medio desnudo, el que golpeaba una y otra vez el "macho", acompañado por otro vecino de sufrimiento. Pim, pam, pim, pam, pim, pam,....; ese soniquete sobre la reja caldeada, apoyada en el yunque, era habitual en tiempos de sementera en todas las fraguas de los pueblos.

 El herrero, no es solo un artesano, es un personaje de singular importancia en todo Sayago, que no solo fabrica, afila y arregla rejas, sino que también confeccionaba los elementos metálicos del carro y hacía las herraduras para los animales. Pero eso ya.....es historia.

 Fuelle, tobera, bigornia, campana de la chimenea, yunque etc, son parte de los elementos de la fragua. Una vez encendido el fuego con el carbón como combustible y con la reja al rojo vivo, el herrero labra las rejas a golpe de martillo sobre el yunque, dándole la forma deseada y una vez dado el visto bueno a la reja, esta iba a parar a un pilón lleno de agua, para darle temple y que se enfriase.


   

 El yunque, estaba sujeto en un tronco de madera, a la vez incrustado en el negro suelo de la fragua y para golpear el hierro y darle la forma deseada, se utilizaban el marro y los machos.

    Entre "labrar" y afilar reja y reja, siempre había tiempo para comentar las cosas del pueblo, amenizando la charla, algún vecino ocioso que pasaba por "allí" y la persona que hacía soplar el fuelle, ya que este trabajo era más descansado, mientras esperaban poder beber una "pinta" del vino que habían ido a buscar a casa de Marcelino.
   Era también el herrero, el encargado del herraje de vacas y caballerías y a veces el que fabricaba las propias herraduras. Para esto, estaba dispuesto en cualquier época del año, pero sobre todo al acabar la siega como preparación del "calzado" de los animales para la recolección y trilla de las mieses.
   Para llevar a cabo esta función, lo primero que había que tener en cuenta era sujetar bien a la caballería a fin de evitar golpes y mordeduras, aunque hubiera animales que por ser dóciles no lo necesitaran. 

Para eso estaba el acial. El acial, es un utensilio formado por dos palos de 30 ó 35 centímetros, unidos en uno de sus extremos, y en el otro, una vez presionado el morro de la caballería, se unen con una cuerda o soga, y de esta manera, se evitaban las posibles mordeduras del animal.
    Para herrar, usaba el herrero, el martillo de herrar, tenazas, pujavante, clavos etc.. El pujavante es una especie de espátula alargada y plana para rebajar el casco de la caballería y poder asentar correctamente la herradura.

   Cuando era necesario poner todas las herraduras, se comenzaba por las patas delanteras. Apoyando el casco de la pata sobre su rodilla, rebaja el casco con el pujavante o la cuchilla, para que quede bien liso y limpio, probando nuevamente el asiento de la herradura en el casco.

 Después se clava la herradura, siempre a partir del vetasco hacia el exterior, pues de lo contrario se dañaría a la caballería y podría quedar coja. Los clavos se introducen un poco inclinados, de dentro hacia afuera y cuando sobresalen del casco, se remachan para que no se desprenda la herradura.
En más de una ocasión hay que sacar el clavo y meterlo de nuevo para que sobresalga del casco.

 Pero antes de "calzar" al animal, el herrero habrá visto como asienta la herradura, la habrá golpeado para cerrarla o abrirla para que ajuste perfectamente sobre las patas del animal.

Para el herraje de las vacas, era más complicado, pues complicada es la sujeción del animal debido a su peso ya que había que sostenerlo en el aire.. Es el potro, el que ayudaba a realizar esta operación pues permitía levantar una pata, mientras las otras tres permanecen apoyadas, a la vez que el animal está casi inmovilizado.

   

Tengo que hacer la observación que las herraduras de las vacas eran distintas, pues distinta es la pezuña del animal y los clavos son más finos, pero el sistema de herraje más o menos es el mismo.

 El herrero, era también agricultor, ya que sus emolumentos no le eran suficientes para vivir. Además tenía que esperar a que el labrador limpiase la "parva" para ir a recoger la "iguala". Se trata la "iguala" del pago en especie, en grano, por parte del agricultor por los servicios encomendados, que iba en función del número de animales que tuviese.
    Recuerden estos versos del herrero, cuando se acercaba a la era del vecino:

¿Qué hay herrero?
¿Vas a cobrar la iguala?.
Anda que tu en pocos días
Te haces buena labranza.
-Pues amigo..., si bien vieras,
Voy de más mala gana....
Es el calentón más grande,
Que a mi me causa la fragua.
Hasta pidiendo lo mío,
Se me calienta la cara.

    Por desgracia, son muy escasas las fraguas abiertas que quedan en Sayago; en concreto en Luelmo de tres que conocí, ninguna permanece abierta. Pero vaya para Pedro, Celestino y Basilio, mi más sentido homenaje, porque al calor de la fragua, avivado el fuego por el vetusto y ancestral fuelle de madera, fueron partícipes, junto con sus convecinos, de las tertulias, fábulas y enseñanzas de los afanados labradores de Luelmo.
                                                               Luis Miguel Conejo Garrote